Me parecía una práctica cliché y simple, hasta que, esta mañana, me dispuse a hacerlo mientras salía a correr. Me animé a contemplar y fluir y el resultado me sorprendió:
Primero, rendí un kilómetro adicional a lo que regularmente hago en ese periodo de tiempo. Normalmente estoy muy pendiente de cada segundo, intervalo, etc., esta vez corrí como si estuviese en el patio del recreo; también me conseguí con una compañera de trabajo, a la que le tengo mucho aprecio, entrenando y en vez de solo subir la mano —como acostumbro—, la animé con aplausos para motivarla en su rutina de ejercicios y por último, el mango...
En Venezuela, es temporada de mangos y las personan suelen tomarlos de los árboles. Mientras corría, estaban dos señores —uno mayor y otro de mediana edad—, ambos con apariencia humilde, se estaban divirtiendo en la faena de bajar los frutos con piedritas. Uno de los tiros, fue tan increíble que bajó muchos mangos y sin pensarlo le grite: "¡Qué puntería!" y sonreí; el señor me ofreció uno, me acerqué, me regaló el más amarillo y sonrió; le agradecí y seguí mi camino ¡Me lo comí en el desayuno y estaba delicioso!
Ese agradecimiento —aunque él no lo sepa— fue más profundo de lo que parece. En ese gesto, tuve una reconciliación con mi esencia, un cálido abrazo de mi niño interior, un recordatorio de quien era y todo lo que me habían bloqueado los escudos del ego. La pandemia ha traído muchas oportunidades de crecimiento, pero con retadoras lecciones; en mi caso, el miedo incrementó: salir a la calle, contagiarme del virus, contagiar a mi familia, ser víctima de la ola de ataques a mujeres Caracas, ser robada, lastimada, atropellada o cualquier cosa que puede ocurrir en un país con una situación política, social y económica tan delicada y un sin fin de pensamientos negativos.
La decisión de levantarme y salir a correr mirando al mundo con amor, me trajo como retribución el mismo amor. No es que ahora voy a ser una hippie en la calle para ser blanco de ataques, pero continuaré con la convicción de que mi día será bueno, que los problemas podrán resolverse y que sonreír —con mascarilla y todo— como solía hacerlo de pequeña, es un poderoso mantra.
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